• 25 febrero 2014

Mentiras bicentenarias en el Río de la Plata

Mentiras bicentenarias en el Río de la Plata

Mentiras bicentenarias en el Río de la Plata

Mentiras bicentenarias en el Río de la Plata 493 420 ASART

«Truco», obra del pintor argentino Carlos Fereira, que retrata una partida familiar a «la porteña».

“Es el más ingenioso y complejo juego de cartas creado por el hombre”

comentó alguna vez Jorge Luis Borges.

La diversión de los gauchos artiguistas, concebida en pulperías y boliches de los siglos XVIII y XIX, fue descripta por Bartolomé Hidalgo como un gesto de rebeldía contra la hegemonía española y porteña. Con picardía y creatividad nuestros antepasados innovaron las reglas del “truk” árabe, un entretenimiento milenario basado en el cálculo matemático, la memoria, el humor y… el engaño.

Alcahuete

Así se llama el Rey del palo de la muestra, si ésta es una pieza. En este caso el alcahuete «se convierte» en ella. Esto permite que las cinco piezas siempre estén en juego. En la fotografía el alcahuete se convirtió en la carta de más valor de la mano porque la muestra es el 2 de copas. El jugador, además, tiene flor porque recibió una pieza (el alcahuete) y dos cartas del mismo palo.

Sobre la base del artículo publicado en el fascículo Nº 14 de la serie Inventos Uruguayos (El País, 22 de noviembre de 2011).

“¿De qué lado caerá el dos?”, preguntaba Bartolomé Hidalgo en sus Diálogos Patrióticos, a manera de irónica respuesta a fray Francisco de Paula Castañeda, el franciscano porteño que lo acusaba de ser “soltero” (en aquella época, una forma de sospecha moral) y de amanuense de los filósofos franceses, subversivos, republicanos y anticlericales. Corría el año 1820, y el escritor estaba desterrado en Buenos Aires a causa de la ocupación luso-brasileña de Montevideo. La alusión al “dos de la muestra” era un doble desafío al poder: denunciaba la complicidad de las autoridades porteñas con el imperio que invadía su patria, y la planteaba a través de una elipsis lúdica con un símbolo mayor del truco “oriental”, por entonces rival irreconciliable del “argentino”.

Aquella versión hegemónica (sin muestra) era la forma oficial del juego desde el siglo XVIII cuando los soldados españoles la trajeron al Río de la Plata. La creación del truco tradicional se adjudica a los árabes que ocuparon el territorio hispano durante casi ocho siglos (711-1492). Los moros le llamaban “truk”, luego trasformado en “truc”, “truque” o “truqueflor”, según se juegue en las regiones de Aragón, Valencia, Cataluña, en las Islas Canarias o las Baleares. Fueron los argentinos quienes le llamaron “truco” por primera vez luego de apropiarse al pie de la letra de las reglas de este entretenimiento que combina la “liga” de cartas y el cálculo, con señas estratégicas y el arte de engañar sin ser descubiertos.

Hasta muy a principios del siglo XIX los gauchos orientales jugaban al truco “argentino”, pero a medida que se fueron diferenciando las naciones, también se distinguieron las costumbres: el asado (con leña o con carbón), las empanadas (con relleno saltado o en forma de estofado), el dulce de leche (más oscuro y consistente o más claro y líquido), el mate (con yerba en polvo o de palo), y por supuesto los juegos.
El éxito popular de los trucos, retrucos y vale cuatro era similar en ambas márgenes del Río de la Plata, estimulado por el culto compartido a la picardía criolla. La variedad “oriental”, quizá, nació por una mayor influencia canaria, y por lo tanto, por un mayor contacto con la evolución matemática aplicada a un juego de origen árabe, que desafió el talento de jugadores avezados, en su mayoría analfabetos, pero de infinita creatividad. No existen dudas sobre una notoria necesidad histórica de poseer un juego propio, distinto al del “argentino”, seguramente, alentada por los propios observadores que desde siempre se paran como “lechuzas” al lado de la mesa para aportar nuevas ideas y soluciones.

Aunque el truco oriental está mencionado y descripto en episodios históricos del país (primer y segundo Sitio de Montevideo, el Éxodo, las asambleas artiguistas, el gobierno de Purificación) como una recreación preferida por los gauchos, no existe una fecha de invención, ni un inventor de la variación que incluye una muestra puesta boca arriba debajo del mazo.
En las trincheras revolucionarias de 1811, enfrentadas al virrey español Francisco Xavier Elío, había dos “trucos” que diferenciaban a los soldados, según fueran argentinos u orientales, y que a veces provocaban desafíos a una pelea cuerpo a cuerpo para defender su dignidad nacional.
Fue Bartolomé Hidalgo, en sus Cielitos y Diálogos Patrióticos, quien informó la existencia de esta innovación de un juego milenario. Según su biografía, pudo neutralizar la acusación de “soltero” casándose el 26 de mayo de 1820 con la porteña Jacinta Cortina, pero jamás logró sacarse de encima el rótulo de “subversivo” que le endilgó el poder anti artiguista, al que también desafiaba jugando partidas de truco oriental en territorio argentino. Vivió sus últimos dos años en la mayor pobreza, malvendiendo sus creaciones literarias en la calle, hasta que una infección pulmonar lo mató en Morón, el 28 de noviembre de 1822.

En plena Cruzada Libertadora contra portugueses y brasileños, sus mensajes patrióticos eran leídos en pulperías, almacenes y boliches de toda la Banda Oriental, entre “rabones” jugados a 20 “malas” y 20 “buenas”, “muestras”, envidos que podían llegar a 37 y flores hasta 47 tantos. “El truco uruguayo es un desafío matemático a la inteligencia pura y a la intuición. No es necesario el dinero para que sea excitante y divertido para todos los participantes, incluyendo los mirones. Lo más apasionante es que nunca estamos perdidos, aún perdiendo lejos en el marcador”, afirmaba el investigador Juan Carlos Guarnieri, en su ensayo El truco oriental: historia y elementos folclóricos; reglamento y vocabulario, publicado en 1970.

El truco es el juego de cartas más popular de Argentina y Uruguay, pero se conocen variaciones en Paraguay, sur de Bolivia (Tarija), de Chile y en el estado brasileño de Río Grande do Sul.

«Cielo, cielito que sí,
Cielito de Chacabuco,
si Marcó perdió el envite,
Osorio no ganó el truco.»

Estrofa del poema Cielito Patriótico, escrito por Bartolomé Hidalgo, 1820.

El truco uruguayo o “con muestra” tiene tanta emoción y picardía que si no se dialoga con el compañero se pierde la partida seguro.

En ambas variedades, se le llama «mano» a cada vez que se reparten las cartas para jugar. Una partida puede tener un mínimo de una «mano» hasta un máximo determinado por los puntos que se juegan.